martes, 1 de diciembre de 2009

ACERCA DE CÓMO PERDI DOS CAMPERAS Y DE LA CURIOSA REFLEXIÓN QUE TAN ADVERSO SUCESO PROVOCÓ EN MI Y DE LO MAL QUE QUEDAN LOS TITULOS LARGOS

"Si a los deseos uno les resta posibilidad de concreción, da como resultado el romanticismo", Hermenegildo Sabat.

La primera fue allá por julio o agosto del 2005. En la puerta del negocio donde yo atendía había una parada de colectivos que cruzaban el puente sobre el río Negro. Los fines de semana pasaban cada hora, u hora y media. Un sábado a la noche salí a la vereda en donde coloqué un banco de plaza. Me senté a fumarme un porriño. En la parada había una chica de unos 25/30 años que me preguntó si ya había pasado el de las equis y cuarto.

Que me parece que si, que ahora que pienso no, que adonde vas, que qué hago yo en el cyber, etc. Nos pusimos a hablar, pero muchas ilusiones no me hice; la minita era realmente muy pero muy linda. En un punto de la charla se abrazó con ademán de frío. Le ofrecí prestada mi campera, en un verdadero gesto de gentleman jipón, mi campera stone de 380 pesos. La aceptó con una sonrisa de piano steinway recién comprado. Me di cuenta entonces que iba bien, ya que pocas mujeres podían regresar a sus casas con la campera de un hombre sin tener que responder algunas preguntas. Seguimos charlando, y mientras tanto se fueron incorporando parroquianos que también esperaban el bondi. Como en todo pueblo chico, todo el mundo se conocía, así que se armó una charla de seis o siete personas. Estaba la cajera del supermercado, el expendedor de la estación de servicio y otras personas más que no conocía. Así que no me animé a encararme a la chabona delante de tanta gente. Entré al negocio, escribí en un pedazo de papel: "No se para qué esperaste tanto tiempo el colectivo, si los ángeles pueden volar", y se lo entregué doblado, delante de toda la gente, diciéndole: “Acá esta la dirección de la empresa que me pediste”. Aceptó el papel con una sonrisa cómplice; justo llegó el colectivo. Subieron todos. Ella se sentó en el primer asiento de uno. Me miró a través de la ventanilla y me sonríó, se metió la mano en el bolsillo de la campera y me mostró el papelito. Se dispuso a leerlo. Arrancó el colectivo. No la volví a ver nunca más en la puta vida de dios. Mis amigos me cargan, se cagan de risa y me dicen que la chabona lo había planeado todo para afanarme la campera. A mi me gusta creer que se trataba del verdadero amor de mi vida y que ella estaba ansiosa por volver a verme y devolvérmela con el olorcito a su perfume preferido, pero que tal vez la pisó un camión con acoplado y la hizo mierda y tuvieron que despegar su cadáver de la ruta con una espátula. Yo soy así, muy romántico.

La otra la perdí de forma menos idílica y más pelotudamente. Me fui a tomar sol al barco hundido que está frente a la prefectura y me la olvidé en la cubierta. Volví a la noche, pero la marea había tapado ya toda la proa. Me hubiese encantado ser políglota para putear en 17 idiomas. En los bolsillos tenía una victorinox original, recuerdo de un pariente suizo de los Imperiale, un paquete de cigarros con 15 marlboros y dos porros, y una moneda Persa del siglo V antes de Cristo, regalo de mi hermano cuando volvió de Irán. Me da risa pensar las pelotudeces que sacarán en conclusión los científicos del futuro si algún día desentierran -por segunda vez- la moneda en el lecho seco de lo que fuera el río Negro. "Está comprobado que el pueblo mapuche comerciaba con Persia en tiempos de Ciro el Grande", o "Persia habría tratado de invadir Patagones 2400 años antes que Brasil" bien podrían ser los títulos de las tesis de dos arqueólogos trasnochados del año 2100.

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1 comentario:

Anónimo dijo...

No te hagas problema son dos camperas de mierda! Seguro que tuviste que hacer un gran esfuerzo para ser tan pelotudo y eso es valioso! German Pippi