jueves, 4 de diciembre de 2008

HAY QUE SER BOLUDO

Hagan esta prueba: dibujen sobre un papel un número 8 grande. Luego, sobre el mismo, un cero, un 3, un 5, un 2 y un 9. Bueno, ahí recién van a tener una idea aproximada de la disposición de las calles medievales del canton de Die, en donde estoy viviendo hace una semana. Cuando llego cada noche, dejo estacionado el coche frente a la catedral. Que es hasta donde pueden llegar los coches; las callejuelas son tan angostas que a duras penas pueden caminar dos personas una al lado de la otra. Ahí empieza mi vía crucis.
Ya van tres veces seguidas que doy vueltas una hora, o una hora y media, frente a los cafés, a los pibes reunidos en las plazas, a las señoras que desde sus ventanas me ven pasar una y otra y otra y otra vez, perdido como Cobos en el día del amigo. Yo trato de disimular, hago como quien mira las vidrieras, que estoy paseando, pero mi impaciencia y mi malhumor aumentan gradualmente; cuando me animo, o cuando las patas me duelen por el frío, le pregunto a alguien por la calle Jean Jaurés (lo más cómico es que sé exactamente la dirección en donde vivo, pero nunca la puedo encontrar). Invariablemente me contestan "droit, droit! (dguá, dguá)", señalando hacia un lado cualquiera del pueblo. ¿Cómo puedo ir derecho, frances del orto, si este pueblo parece diseñado por Piricho Dell'agnuolo?, me pregunto a mí mismo, mientras pongo mi mejor cara de Megcíbocú mesié/madám. Incluso un dîa le contestê a uno en voz alta: "Cómo derecho, si las calles son redondas como en parque chas, gilastrún?" En realidad, primero busqué a un chabon que sea petisito y que tenga cara de no saber castellano, y además se lo dije sonriendo, mientras me daba vueltas y me iba rápido por las dudas. Adrienne, luego del choque, me sigue prestando el auto, pero calcula una media hora aproximadamente para darme tiempo a llegar a casa y telefonearme para quedarse tranquila de que esta vez llegué bien. Todos los días salgo a las 8 pm rumbo a casa y hay veces que son las nueve y media y sigo dando vueltas como un pelotudo. Y comienzo a ponerme nervioso, porque sé que la tipa ya hace una hora que me debe estar llamando. Por momentos las callejuelas se transforman en túneles oscuros, suben, bajan, tienen dos niveles, llegás a una plazoleta donde nacen 6 encrucijadas, si tratas de seguir derecho aparecés nuevamente en el mismo lugar, y así. Una noche iba perdido como es habitual y me acordé del cuento de Hanssel y Gretel. Me acordé tambien que los pibitos llevaban migas de pan. Y entonces me juré a mi mismo comprar al otro día un aerosol de pintura para ir haciendo marcas por las calles. Pero no marcas como ser una "X" o una flecha, sino leyendas así como: "Por qué no se van todos a cagar, franceses del orto y diseñan una ciudad como La Plata".

Dedicado a mi amigo el Pablo Ibarra, platense e hicha del lobo. (y que encima se la banca)

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