jueves, 18 de diciembre de 2008

PREGUNTAS Y RESPUESTAS

- ¿Está todavía el idiota de tu novio?!!!! – grité desde la ducha.
(silencio)
- Ceciliaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!! ¿Está el tarado de Héctor?!!!!! –grité aún más fuerte.
(nada)
Durante unos instantes no supe qué hacer. Me hallaba en la casa de mi ex-esposa, recién llegado de la patagonia. Había entrado al baño a darme una ducha mientras ella estaba en el comedor tomando mate con su nueva pareja. Yo me había olvidado mi ropa limpia y la tohalla afuera, en la mochila; no sabía si el hecho de salir en bolas delante de Héctor representaría un acto impropio, un obstáculo para la armoniosa trigonometría del triángulo escaleno.

Al cabo de unos minutos, decidí salir desnudo y mojado, pasar al comedor y dirigirme rumbo al cuarto de Camila, mi hija menor, que era la habitación destinada para mi estadía en Buenos Aires. Por suerte no encontré a nadie en el camino; pensé que tal vez la hipotenusa y el cateto mayor habían salido mientras yo me bañaba. Me estaba vistiendo, cuando de pronto, se abrió la puerta de la habitación y apareció Cecilia.
-İNo!!! –gritó intempestivamente.
Luego del sobresalto, atiné a preguntar:
- ¿No qué?
- No te hagás el pelotudo. Fui a acompañar a Héctor hasta la avenida y cuando volvía se oían tus gritos desde la esquina. Escuché muy bien lo que preguntabas: “¿Está el tarado de tu novio?”. ¿Qué hubiese pasado si Héctor todavía estaba?
- Hubieras entrado a la pieza y habrías gritado: “SI!!!!!!” –respondí con impecable lógica matemática.
- Nunca vas a cambiar –sentenció. – Además de hijo de puta, cínico. Tu problema (“cagamos”, pensé. Odiaba que una mujer comenzara de esa forma una discusiôn conmigo, ya que siempre tenîa que esperar 25 minutos a que terminara la enumeraciôn no taxativa). Tu problema -continuô- es que te encanta preguntar cosas como si la pregunta fuese un revólver; como si jugaras a la ruleta rusa. Las respuestas que esperás deben ser siempre “No”. Pero algún día te va a salir un “Si”, y ahí te quiero ver. Luego dio un portazo y salió del cuarto. En un primer momento pensé que se trataba de una metáfora –bastante curiosa e ingeniosa, había que reconocerlo- con respecto a ese hecho puntual que acababa de ocurrir. Estuve unos instantes pensativo, a medio vestir; algunas preguntas efectuadas por mí comenzaron a venir a mi memoria, y empecé a corroborar asombrado la exactitud de la observación.
-“¿Te gusta el pelo así? ¿O lo querés más largo? – Le había preguntado a mi novia una tarde que le corté el cabello.
-“¿Lo querés asî o con menos soda?” – Me encantaba preguntarle a mi hermana cuando íbamos a un bar y yo le preparaba el whisky.
-“¿Me vas a esperar?” – Fue la última pregunta que le hice a Candela cuando partí hacia el sur.

Terminé de vestirme, pasé al comedor y cuando estaba casi saliendo a la calle le dije a Cecilia: -¿Estás contenta de que haya venido?; sin esperar la respuesta, cerré la puerta y me fui a la casa de mi hermano Iuseff.

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