Una noche conocí a una piba que se llama Audrey (30 años, viste pichu, estoy madurando, ya no salgo con pendejas de 16) que me invitó a pasar un fin de semana en la montaña, en un pueblito de no mas de diez casas enclavado en los alpes. Parece que la gente viene solamente en epoca estival, por lo que en noviembre, pleno invierno, habia dos habitantes solamente: ella y yo. Cuando supe que eramos los únicos, me puse en bolas y comencé a pasearme desnudo por la calle principal; llegué a una plaza, en donde había una fuente, di unas vueltas más por unos establos y unos graneros y volvi junto a Audrey. Al otro día tenía 39 grados de fiebre (tenés razon pichu, no voy a madurar nunca).
El asunto es que una cantante belga, no muy conocida, que vivía en una de esas casas debía viajar, y nosotros lo único que teníamos que hacer era cuidarle sus tres gatos. La tipa le prestaba el guardarropas a mi amiga, nos había dejado morfi pa 40, chupi como para 3 Danys Oliveras juntos (díganle que le mando un beso grande), internet, equipos de audio de la concha de mi hermana, pianos, telescopios, dos autos y una casa que no se podía creer. No solo no se podía creer de lo linda, sino también de lo rara. Si yo entraba por una calle, subía dos pisos, y me iba hacia el fondo de la casa, podía salir por la calle de atrás, como si estaría en planta baja. Los que viven en patagones pueden comprender bien esta circunstancia, ya que las calles suben y bajan, sobre todo en medio de la montaña. Otra de las rarezas era que el baño estaba en el 3er piso y encima no tenía puerta. Si había alguien ahi, te podía mirar tranquilamente, como quien ve cagar a un oso en el zoológico. Y para llegar al tercer piso, había que subir una larga escalera de madera con una puerta trampa en el techo del piso 2. La única recomendacion que nos había dejado la cantante era que los gatos no podían JAMAS estar en el piso 3, ya que ahi las 5 puertas que comunicaban con la calle tenian en la parte inferior esas puertitas chiquitas donde pasan los animales para salir, y la tipa tenía miedo que se les escaparan de noche. Cuando estábamos en pleno reconocimiento de la casa, junto con Audrey, llegamos al tope de la escalera, casi a punto de empujar la puerta trampa que nos permitiría llegar al último piso. Entonces vimos a los tres gatos que detrás nuestro estaban esperando para pasar junto con nosotros. Los espantamos fácilmente, y entramos al último piso. Me acuerdo que pensé: "Pobres tontos, no pueden con la inteligencia del ser humano". Yo estuve arriba probándome los vestidos y los sombreros de la cantante, frente al espejo y frente a la cara de asombro y tal vez arrepentimiento de Audrey por haber llevado a un desconocido con esas inclinaciones, luego miramos con el telescopio las cumbres de las montañas y las estrellas (que raro es mirar el cielo y no reconocerlo, no están las putas tres marías, ni la cruz del sur del orto, ni nada. Cómo te extraño Patagones. Cómo te extranio Yulito). Decidimos volver abajo, y cuando abrimos desde el piso 3 la puta puerta trampa que comunicaba con el piso de abajo, vimos tres flechas veloces pasar junto a nuestras patas: los gatos habían estado esperando del otro lado, junto a la puerta, el momento exacto en que ibamos a regresar para colarse al piso prohibido. Yo parecía el Goyco atajando penales en italia 90. Había cinco puertas de escape, tres gatos y éramos solo dos para atajarlos; la verdad es que me cagué de risa un rato, hasta que se nos escapó uno. Lo único que nos pedían era que no se nos escaparan los gatos y habíamos fracasado a la media hora de haber llegado. De todas formas teníamos dos dias mas para encontrarlo o para rezar para que vuelva solito. Bajamos un tanto preocupados, pero cuando tuve que subir al bano mas tarde, se me ocurrio una genialidad: estaba arriba, a punto de abrir nuevamente la puerta para bajar, cuando supuse que la historia se iba a repetir. Entonces, antes de abrir, le di un golpe terrible a la puerta con un elefante de hierro hindú que había como adorno. Audrey luego de un paro cardíaco, me conto que los dos gatos que estaban esperando del otro lado salieron cagando justo para darme tiempo a mi para abrir, entrar y volver a cerrar. De ahí en más, cuando uno de nosotros subía al tercer piso debía regresar siempre dándole un golpazo a la puerta. Lo cómico fue cuando yo estaba jugando un partido de ajedrez con el telefonito, mientras garcaba, y no la escuché subir a Audrey. Cuando ella bajo y le pegó el golpe reglamentario a la puerta, me sobresalté de tal forma que el telefonito se me cayó al inodoro. El fucking Iphone, de la firma fucking apple, no anda más. Encima le estaba ganando.
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