La otra noche le mentí a mi novia y le dije que el fin de semana tenía que laburar. Lo hice para poder estar solo y poder revisar mis correos y mis y ideas y qué carajos quiero de la vida. Además hacía ya mucho que estabamos juntos y yo comenzaba a cansarme; habíamos cumplido quince días. Eso fue un jueves; pasó el viernes y llegó el sábado a la noche y yo ya me estaba arrepintiendo, más aun, cuando me hallaba solo y aburrido, mirando un programa de chabonas que bailaban en tanga en algun lugar del caribe.
De pronto escucho por la ventana que alguien está gritando desde abajo Cag-litú, Cag-litú, que es como me llaman ahora, luego de que escucharon a Santiago llamarme "Carlitos", como cuando teníamos seis años. Eran Sam y su novia Katy, dos amigos franceses que venían a invitarme a una reunión con amigos. Me felicité a mi mismo, ya que el giro que comenzaban a tomar los acontecimientos eran mucho más prometedores que haber salido con mi novia, o haberme quedado solo incluso. Tal vez la fiesta fuera en algún lugar del caribe y habría muchas minitas bailando en tanga como en la tele.
Me cambié rápidamente y salimos rumbo a la fiesta. Llegamos a un cantón llamado Luc en Diois, cuya historia se remonta a 6000 años antes de cristo. Sam estacionó la 4x4 en una callecita, justo detrás de una chabona que estaba bajando unos paquetes de otra 4x4. Bajamos, Sam y Katy se abrazaron efusívamente con la chica, me presentaron, y así fue que conocí a Kristinn, una belga de 27 años bellísima que hablaba francés casi tan mal como yo.
Katy y Sam se nos adelantaron, por lo que yo me quedé con Kristinn para ayudarla con los paquetes. Cargué el mâs grandote, que para mi era una rueda de auxilio envuelta para regalo, y que resultó ser un queso hecho por la propia Kristinn, y nos dirigimos a una casa de tres pisos del siglo XVII.
No les puedo explicar el lujo, el confort y el buen gusto con el que estaba amueblada esa casa. Una casa de la concha de mi hermana, realmente. (disculpen que utilice palabras muy técnicas y arquitectónicas, lo que sucede es que como estoy estudiando arte, comencé a usar una jerga un tanto ampulosa, para hacerme el importante y de paso ver si el Lelo me invita a su cumpleaños).
Habría aproximádamente veinte personas, entre los cuales destacaban un inglés con muletas, Simon (38), que se había caido haciendo parapente y estaba un tanto abollado; su novia Claire, una bella adolescente de no más de 18 años, un italiano llamado Mumú, pero al que todos llamaban Mimí, su esposa Antonia, nacida en Barcelona y que curiosamente hablaba castellano como el ojete, un francés llamado Ben, cuatro o cinco minitas de no mas de 25, un pelirrojo barbudo que parecía un pirata, un gordo inexplicable, pelado, que podrîa llegar a ser el doble del tío lucas o un Hare Krishna luego de una raviolada dominguera, su pareja, un flaco muy alto, pelado como êl, con una gorra verde y ridícula, pero que seguramente le habría costado 80 euros, y alguno más que no recuerdo.
Kristinn me había tomado del brazo y me condujo por la amplia sala, presentandome a todos los invitados. Yo parecía Roberto Galan, tratando de identificar las parejas y así poder visualizar bien cuales eran las minitas que habîan venido solas; a ver si todavía metîa la pata, sobre todo en una velada tan paqueta. De todas formas Kristinn estaba sola, y de hecho me había tomado del brazo. Lo único que me faltaba averiguar era si lo había hecho solo por tratarse de una costumbre regional, sin intención alguna, o si al cabo de unos minutos estaría bien pedirle que se baje la bombacha. Cuanto más la miraba, más me gustaba; incluso se le podía perdonar el peinado horrible que llevaba. Tenía el pelo corto, de color violeta, peinado hacia arriba como si se hubiese fumado un cartucho de dinamita.
Nos sentamos con Kristinn en un sillón y comenzamos a beber y charlar como si nos conocieramos de toda la vida. Me contó que era pastora, y como yo soy muy degenerado, me la imaginaba en minifalda, durmiendo solita en el bosque, sobre un mononcito de paja, junto a sus ovejitas. De pronto sacó una laptop de un bolso, una Mac 9 de 3000 euros, que lo único que le faltaba para lograr la perfección era un botoncito para hacer canelones y se dedicó a aburrime durante media hora, mostrandome su álbum de fotos que parecía infinito. Recién ahí pude apreciar cuánto había cambiado el oficio de pastora, desde la imagen de los cuentos infantiles hasta la moderna y globalizada Kristinn. El establecimiento de sus papis, radicado en Suiza, tenía treinta operarios, dos veterinarios, un ingeniero químico para los lacteos, y el galpón en donde estacionaban los quesos parecía un supermercado carrefour.
Mientras la escuchaba, me puse a armar un porro; al poco tiempo vino hacia nuestro lugar la dueña de la casa, Lilî, una rubia muy apetecible, con una bandeja de morfi para nosotros, mientras me explicaba muy amablemente que debía fumar en el balcón. De todas formas, me dijo Lilî, ella también tenía ganas de fumar, así que me tomó del brazo y nos fuimos rumbo al balcón. Kristinn se quedó morfando en el sillón y nos pidió que le guardaramos la tuca.
Estuvimos con Lilî un rato largo en el balcón, fumando porro y charlando. Ella se reía de cualquier cosa que yo le contaba; desde el balcón, yo habîa visto estacionados los autos de los invitados allá abajo. El más choto era un mercedes modelo 2002; ¿Qué le podía entonces yo contar? ¿Que una vez había manejado un alfa romeo? No la hubiese impresionado en lo más mínimo. ¿Que yo en Patagones tenía un amigo llamado coto que tenía una 4x4? Tampoco; ella seguramente tendría tres. Así que decidí contarle acerca de mi amigo Pirincho, que un mediodía nos había invitado a una chica y a mí a almorzar, y que hablando con la boca llena escupió un pedazo de raviol sobre la blusa de la piba; que de vez en cuando, sin levantarse de la mesa se tapaba uno de los agujeros de la nariz y soplaba fuertemente por el otro, para estampar un monstruoso moco verde en el piso del comedor; que también a veces se inclinaba en la silla para tirarse un pedo hediondo frente a sus invitados y seguir luego charlando como si nada; que todo eso no lo hacía en broma, sino en forma completamente natural, con la inocencia de un animal de verdad. Lilî lloraba de la risa y seguramente habrá pensado que yo era el embustero más grande del mundo; pero me miraba risueña y agradecida, ya que aparentemente había logrado divertirla como nunca. Me tomó de la mano y entramos nuevamente a la sala; nos sentamos en un sillón junto a Kristinn y Lilî apoyó su cabeza en mi hombro mientras se secaba las lágrimas con un carilina.
De pronto, en el otro extremo del salón entra un chabón rubio, alto, fachero, cargado como un ekeko con bolsos, mochilas, tres pares de skies y unas sogas. Coloca todo junto a la chimenea, se sacude la nieve de la cabeza y nos sonríe a todos con una elegancia y un donaire dignos de una estrella de cine. Las minas se meaban encima; uno lo podía notar hasta con la luz apagada. Lilî lo besó en la boca, sin soltarme la mano, y me lo presentó. Era Kristoff, su novio. El tipo era tan lindo que a mi tambien me hubiera gustado darle un beso en la boca. Retrasó el saludo para con los demás, y se quedó charlando conmigo; me pidió disculpas por el retraso (a mi??!!!) y me contó que era instructor de ski en un resort ubicado en no se dónde. Que la tormenta lo había sorprendido viniendo hacia acá, y que los caminos de regreso estaban intransitables. Que Sam y Katy ya le habían hablado de mí, y que estaba muy contento de haberme conocido, y que su casa era mi casa. Yo tenía ganas de ir a buscar un escribano para rehacer la escritura, pero creo que lo dijo en sentido figurado. Luego miró a Kristinn con una sonrisa, le pasó la mano por la cabellera desordenada y le dió un piquito muy cariñoso, todo frente a su propia novia. Se incorporó y comenzó a saludar al resto de los invitados uno por uno.
Cuando terminó, se acercó al sillón donde estabamos con Lilî y Kristinn trayendo una sillita pequeña, plegable, de esas que tienen las patas como una X y la colocó junto a la mesa ratona alrededor de la cual se habian sentado ya varios comensales. De pura casualidad, vi que la silla no tenia bien cerrado el seguro; el tipo habrá permanecido de pie algunos segundos. Pero yo en esos pocos segundos vi la jugada como la habrá visto el diego en el gol contra los ingleses. Tuve tiempo de sobra para advertirle. Pero no; dirigí la vista hacia adelante, mientras que de reojo esperé el desenlace como un espectador privilegiado; por un instante me sentí el hombre invisible haciendo una travesura. Sólo yo lo habîa notado; y el tipo comenzaba a sentarse. Me acuerdo que en los últimos dos segundos pensé: "¿Así que sos exitoso? ¿Así que sos lindo y encima podes saludar a tus amigas con un piquito frente a tu novia? ¿Así que esquias? Esquiate ésta entonces".
Con un pié hizo saltar la mesa ratona quince centîmetros, con un estruendo de copas y botellas que caían por todos los costados. Con la cabeza volteó una mesita de tres patas que además de tener copas, botellas de vino y champán, tenía una maceta con unas cañas de bambú, un aparato climático para medir la temperatura y la presión, una media esfera con agua que simulaba nieve cuando la agitás, una balanza antigua con pesitas de bronce, retratos, y decenas de boludeces más. Todo, incluído el chabón, quedó desparramado sobre la alfombra blanca. En la fiesta se produjo un silencio inmediato y cuatro o cinco corrieron para auxiliar al pobre Kristoff, que desde el piso no la veía ni cuadrada. Imagínense cómo habrá sido el golpe, que nadie se rió. Incluso en un momento pensé: "Me fui al recarajo". Las chicas ayudaron a Lilî a secar la alfombra y a reconstruir la casa, y la reunión siguió su curso.
En un momento dado, mientras hablaba con Kristinn, Lilî y dos chicas más, me distraigo y comienzo a mirar la mesita de tres patas que había volteado Kristoff. Empecé a pasear la vista sobre los objetos y comencé a reirme en diferido. Con todas las ganas acumuladas durante la media hora en que me había hecho el serio y había tenido que poner cara de "yo tambien estoy preocupado por el golpe que se dio Kristoff". Pero no me reía de Kristoff; eso era lo peor; me reía de mî mismo. No podîa creer lo que yo había hecho; yo me desconocía. Siempre me creí un tipo civilizado, amable, pacífico. El rapto de maldad infantil me habîa sorprendido realmente. Lo mío era una risa filosôfica. Encima si uno lo miraba a Kristoff un rato, se daba cuenta que era uno de esos tipos bonachones, alegres, amables. Prefería escuchar antes que hablar, y lo hacía con una atención cordial y una sonrisa franca, como esos campesinos inocentes que conocí en la Patagonia. Cuando hablaba era modesto y sin rastro alguno de pedantería. No era un tipo de los que se pueda catalogar como cancheros. Así que la falta que yo acababa de cometer era doblemente espantosa y condenable. Por eso me reía.
Lilî y Kristinn me preguntaron qué cosa me daba tanta risa. Yo no podía siquiera hablar, me dolía el estómago y hacía un gesto con la mano como quien dice "No, nada imortante", pero yo seguía riendome cada vez peor. Lilî y Kristinn se habían acostumbrado a escuchar las payasadas que yo les contaba a cada rato, para hacerlas reir, por lo que comenzaron a sacudirme el brazo ansiosas, riéndose conmigo e insistiéndome para que les cuente. Yo les seguía haciendo que no con la mano, mientras que con la otra me agarraba la panza. Ellas interpretaron que ese "no" no significaba que no les quería contar, sino que yo no sabía cómo decirlo en francês. Empezaron entonces las dos a gritar: "Un traductor, un traductor!!" Llamaron a Antonia, que vino rápidamente junto a nosotros. Lilî también les pedía silencio a los invitados mientras gritaba: "Ecuchen, escuchen!!", como si yo fuese a contar un chiste comiquísimo. Y me señalaba a mí. Antonia al lado mío esperaba para comenzar a oficiar de intérprete. Y todo el mundo en la fiesta hizo silencio esperando mi chiste. Yo no sabía cómo carajos iba a salir de ese apuro. ¿Qué les iba a decir? ¿Que yo en realidad era Briyí Bardió? No; no les podía contar la verdad; hubiesen pensado tal vez que no era un tipo serio. Además Kristoff me hubiera cagado a trompadas.
Uno de los objetos que habîa tirado al piso Kristoff era similar a una botella de gaseosa de dos litros y medio, tal vez un poco más angosto, pero no mucho; y bastante más largo. Era de acrílico trasparente y adentro tenía un líquido también transparente en donde flotaban en el fondo unos globos aerostáticos con unos numeritos en la canastilla. Servía para medir la temperatura pelotudamente. Si en el ambiente hacîa 22 grados, como en este caso, subía flotando hasta el tope superior el globito aerostático que tenía el numerito 22 en la canasta. Si la temperatura bajaba a 21, el globito 22 descendía y subía el que tenía el numerito correspondiente. Había visto a Katy y Sam jugar con ese objeto hacía un rato. Lo tomaban con las dos manos para calentarlo y en el lapso de unos minutos, subían y bajaban los globitos hasta llegar al numero 36, que es la temperatura corporal de un ser humano normal. Yo no me habîa animado a probar, ya que seguro me daba una raiz cúbica. Se me ocurrió entonces, en el lapso de unos pocos segundos inventar la siguiente historia. Que yo una vez había ido al mêdico por una dolencia intestinal bastante seria, y que el doctor tenía un termómetro similar. Y que cuando me dijo que me iba a tener que tomar la temperatura rectal, yo salí corriendo al grito de: "Ya estoy curado, ya estoy curado!!!!!!".
Los comensales rieron alegremente. Y yo suspiré aliviado. No les había contado sin embargo el mejor chiste del mundo. Esa no era mi intención, de verdad. Lo único que yo quería era salir del paso y que no me hechen a patadas en el culo de esa fiesta tan linda y tan divertida. Y ese hubiese sido el final lógico si les hubiera contado la verdadera razón por la cual me estaba riendo solo, como un boludo.
1 comentario:
sos una capo juancho!
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